Debo ser algo tonto. Gabriel Celaya

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By Víctor Villoria

Debo ser algo tonto. Gabriel Celaya

Este poema de Gabriel Celaya, publicado en 1947 bajo el seudónimo de Juan de Leceta en su libro Tranquilamente hablando, pertenece a una etapa temprana de la producción del poeta vasco, anterior a su célebre fase de poesía social de los años cincuenta. En estos años de posguerra, cuando España atravesaba uno de sus períodos más oscuros, Celaya exploraba un territorio poético más íntimo y existencial, donde el lenguaje mismo se convertía en objeto de reflexión y celebración.

El poema comienza con una declaración que podría parecer autodenigratoria: «Debo ser algo tonto». Sin embargo, esta aparente confesión de simpleza o ingenuidad funciona como una estrategia retórica que invierte los valores convencionales. En el mundo de la posguerra española, dominado por la rigidez, la censura y el miedo, declararse «tonto» es, en realidad, reivindicar la libertad de no ajustarse a las normas establecidas. El poeta se presenta como alguien que habla solo, que dice «cosas locas», que inventa nombres de muchachas y barcos, que imagina títulos de libros inexistentes. Esta actividad aparentemente absurda es, en realidad, el ejercicio puro de la imaginación creadora, la capacidad de generar mundos alternativos mediante el poder del lenguaje.

La repetición de «Debo ser algo tonto» funciona como un estribillo que estructura el poema y refuerza la idea central. Tras la segunda declaración, el poeta enumera acciones que la sociedad consideraría inapropiadas o infantiles: «Babeo, grito y lloro». Estos verbos describen manifestaciones corporales y emocionales sin filtro racional, expresiones primarias y auténticas de la experiencia humana que la civilización suele reprimir. Al reivindicarlas, el poeta se sitúa en el territorio de lo genuino, de lo no mediado por las convenciones sociales.

A continuación, el poema ofrece una de sus declaraciones más reveladoras: «Los verbos absolutos me llenan de ternura». Los verbos absolutos son aquellos que no requieren complemento, que expresan acciones completas en sí mismas: ser, existir, vivir, morir. Estos verbos representan la esencia pura de la acción, sin condiciones ni circunstancias que la limiten. Para el poeta, estos verbos poseen una cualidad emocional profunda, le inspiran «ternura», es decir, un sentimiento de afecto hacia lo elemental y lo esencial.

Inmediatamente después, el poema menciona «esas vocales sueltas, inútiles, redondas, que vuelan para nada». Aquí Celaya celebra los elementos mínimos del lenguaje —las vocales— en su forma más pura, desprovistas de significado, valoradas únicamente por su cualidad sonora y física. Las vocales son «inútiles» desde el punto de vista comunicativo práctico, pero poseen una belleza formal («redondas») y una ligereza que las hace «volar para nada». Esta celebración de lo inútil, de lo que no tiene función práctica, es una afirmación de la dimensión estética y lúdica del lenguaje. Las vocales elevan al poeta «boquiabierto hacia no sé qué gozos», produciéndole un éxtasis cuyo objeto no puede definirse racionalmente.

El verso final cierra el poema estableciendo una ecuación fundamental: «Soy feliz y, por eso, también un poco tonto». Aquí se revela la tesis implícita del poema: la felicidad y la «tontería» están relacionadas causalmente. En el contexto de la España de 1947, devastada por la guerra civil y sometida a una dictadura represiva, declararse feliz podía parecer incongruente o incluso irresponsable. Sin embargo, Celaya propone que la felicidad no depende de las circunstancias externas, sino de la capacidad de maravillarse ante lo simple, de encontrar gozo en el lenguaje, de mantener viva la imaginación y la sensibilidad.

El tono del poema es deliberadamente coloquial y desenfadado, alejado de la retórica grandilocuente y de la solemnidad que caracterizaban buena parte de la poesía oficial de aquellos años. Celaya emplea un lenguaje sencillo, casi conversacional, que anticipa su posterior evolución hacia una poesía social más comprometida pero igualmente accesible. La métrica es irregular, el verso libre se impone sobre las formas tradicionales, reflejando esa libertad que el poeta reivindica en el contenido.

Este poema de juventud de Gabriel Celaya, firmado aún con su seudónimo, constituye una declaración de principios poéticos. Frente a un mundo que exigía seriedad, pragmatismo y conformidad, el poeta reivindica el derecho a la aparente «tontería» de quien encuentra felicidad en lo esencial: en la música de las vocales, en la potencia de los verbos absolutos, en la capacidad de inventar mundos mediante la palabra. Esta celebración del lenguaje en su dimensión más pura y lúdica, esta fe en el poder liberador de la imaginación, convierte al poema en un acto de resistencia silenciosa en tiempos adversos, un testimonio de que, incluso en la oscuridad, la poesía puede ser fuente de gozo y de afirmación vital.

Debo ser algo tonto
porque a veces me ocurre que me pongo a hablar solo,
y digo cosas locas,
digo nombres bonitos de muchachas y barcos
o títulos de libros que nadie ha escrito nunca.
Debo ser algo tonto.

Babeo, grito y lloro.
Los verbos absolutos me llenan de ternura
y esas vocales sueltas, inútiles, redondas,
que vuelan para nada,
me elevan boquiabierto hacia no sé qué gozos.

Soy feliz y, por eso, también un poco tonto.

Gabriel Celaya, Tranquilamente hablando, 1947 (firmado como Juan de Leceta)

Autor

  • Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.

    Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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