El viajero de Antonio Machado
En este poema de Antonio Machado, perteneciente a Soledades, Galerías y otros poemas, asistimos a una de las escenas más íntimas y melancólicas de toda su producción temprana. El tema central es el reencuentro con un hermano que regresa después de una larga ausencia, pero lejos de tratarse de una celebración, el poema se convierte en una meditación sobre el paso del tiempo, la pérdida irreparable de la juventud y la imposibilidad de recuperar lo que fue. La atmósfera es de una tristeza contenida, de silencios elocuentes y de preguntas sin respuesta que flotan en el aire de esa «sala familiar, sombría» donde transcurre la escena.
Machado construye el poema mediante una acumulación de símbolos característicos de su primera etapa, aquella más cercana al simbolismo y al modernismo introspectivo. El otoño, con sus «copas otoñales» que se deshojan y su «parque mustio y viejo», funciona como correlato objetivo del estado anímico del hermano viajero y, por extensión, de toda la familia reunida. La tarde que se refleja «tras los húmedos cristales» y «en el fondo del espejo» multiplica la sensación de irrealidad y de distanciamiento: todo parece contemplarse a través de superficies que interponen una barrera entre el observador y lo observado. El espejo, en particular, es un elemento clave en la poética machadiana, asociado a la introspección, al desdoblamiento del yo y a esa mirada hacia dentro que caracteriza su lírica juvenil.
El retrato del hermano es particularmente emotivo: las «sienes plateadas», el «gris mechón sobre la angosta frente» y «la fría inquietud de sus miradas» que «revela un alma casi toda ausente» nos presentan a un hombre físicamente envejecido y espiritualmente distante. Ha vivido lejos, ha viajado, ha experimentado otras realidades, pero algo esencial se ha perdido en el camino. El poeta no nos dice qué buscaba ese hermano en su viaje, pero intuimos que no lo encontró: la expresión «la tierra de un sueño no encontrada» sugiere una búsqueda frustrada, un ideal que quedó sin cumplirse. Esta figura del viajero que regresa transformado y desencantado es recurrente en la literatura de todos los tiempos, pero aquí adquiere un tono especialmente íntimo y familiar.
El poema está atravesado por una serie de interrogaciones retóricas que el poeta plantea sin esperar respuesta: «¿Floridos desengaños / dorados por la tarde que declina?», «¿Lamentará la juventud perdida?», «¿Sonríe al sol de oro, / de la tierra de un sueño no encontrada?». Estas preguntas revelan la imposibilidad de conocer realmente lo que siente el hermano, la distancia que se ha instalado entre él y los que quedaron. Hay un verso particularmente hermoso y enigmático: «Lejos quedó —la pobre loba— muerta», que parece referirse metafóricamente a la juventud como una loba hambrienta que el hermano dejó atrás, agotada o sacrificada en algún lugar remoto. La imagen contrasta con «la blanca juventud nunca vivida», que sugiere una juventud idealizada, pura, que quizá el hermano imagina ahora que podría haber sido y que «teme, que ha de cantar ante su puerta», como si fuera un fantasma que viene a recordarle oportunidades perdidas.
El final del poema intensifica la sensación de estancamiento temporal y silencio compartido. El «tic-tac del reloj» que «golpea» en «la tristeza del hogar» es un sonido obsesivo que marca el transcurrir inexorable del tiempo, mientras en la pared «serio retrato […] clarea todavía», quizá el de un familiar ausente o muerto que contempla la escena como testigo mudo de los cambios. La expresión «un resto de viril hipocresía / en el semblante pálido se imprime» sugiere que el hermano intenta contener sus emociones, mantener la compostura masculina que la época exigía, pero no puede evitar que «el temblor de una lágrima» amenace con escapar. El último verso, «Todos callamos», es de una potencia enorme: ese silencio colectivo encierra más que mil palabras, es el silencio de quienes saben que ciertas pérdidas no pueden repararse, que ciertos regresos son también formas de ausencia. Machado logra así uno de esos momentos poéticos en los que el tiempo se detiene y la emoción se vuelve casi tangible, convirtiendo una escena doméstica en una profunda reflexión sobre la fugacidad de la vida y la imposibilidad de volver atrás.
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó —la pobre loba— muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro,
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela henchida?
Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas…
Y este dolor que añora o desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.
Antonio Machado, Soledades, Galerías y otros poemas
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Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.
Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!
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