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Fernando de Herrera. El autor y su obra
Fernando de Herrera (1534-1597), conocido como «el Divino», representa una de las figuras más destacadas del Renacimiento español y uno de los poetas más influyentes en la transición hacia el Barroco. Nacido y fallecido en Sevilla, Herrera encarnó el ideal del poeta humanista que supo combinar una sólida formación clásica con una ambición renovadora que transformaría la lengua poética española. Su obra, marcada por un cultismo estilístico y una elevación formal sin precedentes, estableció las bases para la revolución lírica que culminaría en Luis de Góngora. Como teórico literario y editor de Garcilaso de la Vega, Herrera no solo creó una obra poética de excepcional calidad, sino que estableció los cimientos de una nueva concepción de la poesía en lengua castellana.
Primeros años y formación intelectual
Fernando de Herrera nació en Sevilla en 1534, en el seno de una familia de condición modesta pero respetable. Aunque los detalles de su infancia permanecen en gran medida desconocidos, se sabe que recibió órdenes menores y ejerció como beneficiado de la parroquia de San Andrés en Sevilla, cargo que le proporcionó la estabilidad económica necesaria para dedicarse a las letras sin depender del mecenazgo cortesano. Esta posición eclesiástica, sin embargo, no implicó votos mayores ni celibato obligatorio, lo que le permitió mantener una vida social activa en los círculos intelectuales sevillanos. Su formación humanística fue profunda y abarcó el dominio del latín, el griego y el italiano, así como un amplio conocimiento de los clásicos grecolatinos y de los grandes poetas italianos del Renacimiento, especialmente Petrarca, Bembo y Tasso. Esta sólida base cultural le convertiría en uno de los intelectuales más eruditos de su generación, capaz de dialogar con las más altas tradiciones literarias europeas.
Carrera literaria y contexto histórico
La carrera literaria de Herrera se desarrolló enteramente en Sevilla, ciudad que en el siglo XVI vivía su época dorada como puerto monopolista del comercio con las Indias y centro cultural de primer orden. Herrera se integró en la academia literaria que se reunía en torno a figuras como Juan de Mal Lara, humanista y pedagogo, y más tarde en el círculo del conde de Gelves, Álvaro Colón de Portugal y Portugal, en cuyo palacio se celebraban tertulias literarias a las que acudían los principales ingenios sevillanos. Fue en este ambiente donde Herrera conoció a doña Leonor de Milán, condesa de Gelves, esposa del conde, quien se convertiría en la musa inspiradora de gran parte de su poesía amorosa bajo el nombre poético de «Luz» o «Eliodora». Este amor platónico, nunca correspondido pero eternamente celebrado en versos, marcó profundamente su obra lírica y le situó en la tradición del petrarquismo más refinado.
El contexto histórico en el que vivió Herrera estuvo marcado por acontecimientos cruciales para la Monarquía Hispánica: la batalla de Lepanto (1571), que inspiró algunos de sus mejores versos heroicos; la derrota de Alcazarquivir (1578), donde murió el rey portugués Sebastián I; y la incorporación de Portugal a la Corona española en 1580 bajo Felipe II. Estos eventos impulsaron a Herrera a desarrollar una poesía patriótica y heroica que celebraba las glorias de España y exaltaba los ideales de la Contrarreforma católica. Su obra se inscribe así en un momento de esplendor imperial pero también de intensa reflexión sobre el papel de la poesía como vehículo de valores morales, religiosos y políticos.
Análisis de obras principales
En 1580, Herrera publicó sus célebres Anotaciones a la obra de Garcilaso de la Vega, un extenso comentario crítico y filológico sobre la poesía garcilasiana que constituye uno de los textos fundacionales de la crítica literaria española. En esta obra, Herrera no solo analiza minuciosamente el estilo, la métrica y las fuentes de Garcilaso, sino que expone su propia teoría poética, defendiendo la necesidad de enriquecer la lengua castellana mediante cultismos, neologismos y una sintaxis más compleja inspirada en los modelos latinos e italianos. Las Anotaciones desataron una agria polémica con los defensores de un estilo más llano, como el personaje que se esconde bajo el nombre de Prete Jacopín, pero establecieron los principios estéticos que caracterizarían la poesía culta española de las décadas siguientes. La obra revela el ideal clasicista de Herrera, su erudición pasmosa y su convicción de que la poesía debía aspirar a la máxima perfección formal para expresar las ideas más elevadas.
Dos años más tarde, en 1582, Herrera publicó Algunas obras de Fernando de Herrera, el único libro de poemas que él mismo preparó y editó en vida. Esta colección incluye sonetos, canciones, elegías y una égloga, y representa una cuidadosa selección de su producción lírica organizada con evidente conciencia artística. Entre los poemas más destacados se encuentran sus sonetos amorosos, en los que el poeta canta a la inalcanzable «Luz» con una combinación de fervor neoplatónico, sensualidad contenida y desesperación elegíaca. Estos sonetos exploran los temas típicos del petrarquismo —el sufrimiento del amante, la crueldad de la dama, la imposibilidad del amor— pero los revisten de una lengua poética extraordinariamente elaborada, plagada de cultismos, hipérbatos audaces y metáforas complejas que anticipan el lenguaje gongorino. Junto a la vertiente amorosa, Algunas obras incluye también poemas de tema heroico y patriótico, como la celebérrima «Canción por la victoria de Lepanto», en la que Herrera exalta el triunfo de la cristiandad sobre el Imperio Otomano con un estilo grandioso, lleno de resonancias bíblicas y clásicas, que convierte el acontecimiento histórico en epopeya lírica.
La «Canción I» de Algunas obras, dedicada a la derrota de Alcazarquivir, constituye otro de los grandes logros de Herrera en el terreno de la poesía épica de asunto contemporáneo. En ella, el poeta lamenta la muerte del joven rey Sebastián de Portugal y medita sobre la osadía y la hybris que pueden llevar a los héroes a la ruina. El poema combina la elegía por el héroe caído con una reflexión moral sobre los límites de la ambición humana, todo ello expresado mediante una retórica poderosa que recurre a la mitología clásica, a la historia sagrada y a un lenguaje de extraordinaria densidad expresiva. Herrera demuestra aquí su capacidad para tratar temas graves y trascendentes sin renunciar a la perfección formal que caracteriza toda su obra, logrando que la materia heroica se integre armoniosamente en el molde de la canción petrarquista.
Tras la muerte de Herrera en 1597, su amigo el pintor y tratadista Francisco Pacheco rescató y editó una parte importante de su obra poética inédita, publicándola en 1619 bajo el título de Versos de Fernando de Herrera. Esta edición póstuma incluye numerosos poemas que no habían aparecido en Algunas obras, entre ellos elegías, sonetos y composiciones en verso octosílabo que revelan una faceta más variada y experimental del poeta. La autoría herreriana de los poemas de Versos ha sido objeto de debate entre los especialistas, algunos de los cuales han sugerido que Pacheco pudo intervenir en la reescritura o ampliación de los textos; sin embargo, estudios estilométricos recientes tienden a confirmar que la mayor parte de los poemas son genuinamente de Herrera, aunque posiblemente en versiones revisadas por el propio autor en sus últimos años. En cualquier caso, Versos completa el retrato de un poeta que dominó todos los registros de la lírica renacentista, desde la poesía amorosa petrarquista hasta la poesía religiosa, moral y heroica, siempre con un estilo inconfundible de elevación, ornato y gravedad.
Estilo literario y aportaciones
El estilo de Fernando de Herrera se caracteriza por una búsqueda consciente de la elevación y la dificultad, lo que le ha valido el calificativo de poeta «cultista» avant la lettre. Herrera enriqueció el castellano con numerosos cultismos léxicos procedentes del latín, el griego y el italiano, y empleó una sintaxis latinizante caracterizada por el hipérbaton, la inversión del orden natural de las palabras y la acumulación de oraciones subordinadas. Su adjetivación es especialmente elaborada, con frecuente uso de epítetos cultos y de adjetivos antepuestos que confieren a los versos un tono solemne y majestuoso. En el plano fónico, Herrera cultivó la musicalidad del verso mediante aliteraciones, paronomasias y una cuidadosa selección de palabras por su valor sonoro, creando texturas fónicas que refuerzan el sentido de los poemas.
La principal aportación de Herrera a la literatura española fue su concepción de la poesía como arte supremo que exige una lengua refinada, una erudición vasta y un trabajo formal incansable. Frente a la «sprezzatura» o naturalidad estudiada que caracterizaba la lírica garcilasiana, Herrera defendió un modelo poético más exigente y artificioso, en el que la dificultad y la oscuridad no eran defectos sino virtudes que separaban la poesía alta de la vulgar. Esta concepción, expuesta en las Anotaciones y practicada en su propia poesía, anticipó los principios estéticos del culteranismo barroco y preparó el terreno para la revolución gongorina. Herrera demostró que el castellano podía rivalizar con el latín y el italiano en dignidad expresiva, y que la poesía española podía alcanzar las cimas de la lírica europea sin renunciar a su propia tradición.
Legado e influencia
El legado de Fernando de Herrera en la poesía española es inmenso y duradero. Como poeta de transición entre el Renacimiento y el Barroco, estableció el puente estilístico entre Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora, anticipando en varias décadas los recursos expresivos que caracterizarían la gran lírica barroca. Su influencia fue especialmente notable en la llamada «escuela sevillana», integrada por poetas como Juan de Arguijo, Francisco de Rioja y Rodrigo Caro, quienes asimilaron las lecciones herrerianas sobre el cultismo léxico, la gravedad tonal y la ambición formal. Pero su impacto trascendió el ámbito sevillano: Góngora mismo conoció y admiró la obra de Herrera, y aunque desarrolló un estilo personal aún más audaz, su lengua poética es impensable sin el precedente herreriano.
Como teórico literario, las Anotaciones de Herrera constituyeron un hito en la reflexión española sobre la poesía, estableciendo criterios de análisis estilístico y métrico que influirían en generaciones posteriores de comentaristas y preceptistas. Su defensa de la dignidad de la lengua castellana y su reivindicación de la poesía como conocimiento superior contribuyeron a elevar el estatuto social e intelectual del poeta en la España del Siglo de Oro. En la actualidad, Fernando de Herrera es reconocido como uno de los grandes líricos de la literatura española, un poeta que supo combinar la pasión amorosa, la exaltación heroica y la reflexión moral en versos de incomparable belleza formal. Su obra permanece como testimonio de una época en la que la poesía aspiraba a ser, simultáneamente, expresión del sentimiento, celebración de la grandeza y ejercicio supremo del lenguaje.
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Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.
Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!
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