La poesía ilustrada

LA POESÍA ILUSTRADA

MELÉNDEZ VALDÉS: LA POESÍA DEL SIGLO

Juan Meléndez Valdés (1754-1817) es el mejor y mayor exponente de la poesía del siglo XVIII. Nacido en un pueblo de Extremadura, en una familia acomodada de labradores, se traslada pronto a Madrid para cursar estudios. Ingresa después en la Universidad de Salamanca donde estudia Leyes y dará clases después de su licenciatura. Es entonces cuando toma contacto con el grupo ilustrado de Salamanca, al que pertenecían Cadalso, Jovellanos y Tomás de Iriarte. Este contacto será fundamental para la evolución de su poesía, su pensamiento, y su trayectoria personal. Ingresa finalmente en la carrera judicial, y desempeñará destinos en Zaragoza, Madrid y otras ciudades antes de caer en desgracia, a la par que Jovellanos, y ser desterrado por Carlos IV en algunas localidades castellanas. Se encontraba en Madrid poco antes de la invasión francesa en 1808, y, tras algunas dudas y vacilaciones, acepta el cargo ofrecido por José Bonaparte como Ministro de Educación. Acabada la guerra, esta colaboración con el ejército de ocupación le significaría el destierro en 1813. Murió en Montpellier en 1817.

La obra de Meléndez Valdés recorre las tres corrientes principales de la poesía del siglo: la anacreóntica, la ilustrada y la prerromántica, si bien las dos primeras son constantes a lo largo de su obra.

La poesía anacreóntica es, junto con la ilustrada, la más característica del siglo, y tiene como temas la sensualidad, lo breve, el amor tomado como juego inocente, la belleza femenina, la naturaleza descrita idealmente, lo bucólico y pastoril, la fiesta, los placeres sensuales, etc., todo ello con un vocabulario rico en diminutivos, con un léxico amable y suave colorido. La métrica suele ser breve, en arte menor, y con muy distintas combinaciones estróficas. Meléndez Valdés es el máximo representante de esta poesía, de gran éxito durante el dieciocho, y no abandonó el género en toda su vida poética.

También destacó Meléndez Valdés en lo que se conoce como poesía ilustrada, obras poéticas filosóficas o morales, que tenían como fin difundir las ideas ilustradas y que, en ocasiones, también sirvieron para inaugurar Academias, celebrar aniversarios de reinados, etc., y que se publicaron en distintos medios, aunque fueron impresas frecuentemente para la prensa de la época –como El Censor.

Finalmente, y al igual que sucedió con otros autores –como Cadalso o Jovellanos- es también notable la tendencia prerromántica en la última parte de la obra poética de Meléndez Valdés. La naturaleza se acomoda más al estado de ánimo del poeta, al tiempo que los poemas se llenan de imágenes más identificables con el movimiento romántico; así, y describiendo el invierno:

(…)Porque todo fallece y desolado sin vida ni acción yace. Aquel hojoso árbol, que antes al cielo de verdor coronado se elevaba en pirámide pomposo, hoy ve aterido en lastimado duelo sus galas por el suelo. Las fértiles llanuras, de doradas mieses antes cubiertas, desaparecen en abismos de lluvias inundadas con que soberbios los torrentes crecen. (…)

FÉLIX DE SAMANIEGO Y TOMÁS DE IRIARTE:

la poesía al servicio de la moral y de la educación literaria

El siglo XVIII ofrece una variante poética cuya originalidad ha ofrecido una tenaz resistencia al paso de los años: las fábulas versificadas de Samaniego y, en forma distinta, las de Iriarte, se vienen editando y reeditando desde hace más de doscientos años, y aún parecen tener cierta vigencia en el mercado (aunque prosificadas generalmente).

  • Tomás de Iriarte (1750-1791) provenía de una conocida familia de escritores y altos funcionarios al servicio de Carlos III. Ascendido también él a un importante puesto público, participa en la conocida tertulia ilustrada de la Fonda de San Sebastián, donde coincide con Fernández de Moratín (padre) y con Cadalso. Escribe numerosas obras teatrales, todas ellas dentro de un riguroso gusto neoclásico, así como poesía lírica, pero su obra más conocida y a la que debe su fama es Fábulas literarias (1782).

Se trata de una serie de historias protagonizadas por animales, tal y como pedía el género, pero que en vez de contenido moral, contenían unos versos finales con alusiones literarias. Así, en la Fábula XXVI, El león y el águila, y a propósito de quien no toma partido, finaliza Iriarte: Murciélagos literarios, / que hacéis a pluma y a pelo, / si queréis vivir con todos, / miraos en este espejo.

  • Félix María de Samaniego, (1745-1801) es el otro gran fabulista del siglo. También de familia ilustre, como Iriarte, escribe sus Fábulas morales (1781) para los alumnos del seminario de Vergara, de cuya Sociedad vascongada de amigos del país es participante. Amigo de polémicas y de versos de dudoso gusto, tomó sin embargo los argumentos de otros fabulistas europeos –del francés La Fontaine, sobre todo- para su famoso libro. Enemistado con Iriarte desde que éste publicó sus Fábulas… por entender que se trataba de un plagio, lo cierto es que la intención es muy distinta, puesto que en el caso de Samaniego se trata de una finalidad moral, no literaria, lo que justifica las moralejas de estas cortas historias rimadas. Así sucede en la conocidísima fábula de La cigarra y la hormiga, que finaliza condenando la despreocupada actitud de la cigarra: “¡Hola! ¿conque cantabas / cuando yo andaba al remo? / Pues ahora, que yo como,/ baila, pese a tu cuerpo.”

El género de la fábula, tal y como lo trataron Iriarte y Samaniego, tenía plena explicación en su tiempo: era una literatura didáctica, sencilla, que conseguía con creces su objetivo, que no era otro que el mostrar el camino recto, honrado y éticamente correcto –sobre todo en el caso de Samaniego- a todos aquellos lectores, generalmente de poca cultura o estudiantes, que se acercaban a su lectura. De otro lado, ambos popularizaron un género que había tenido una larga trayectoria en la literatura española, desde la Edad Media hasta el Siglo de Oro, y del que Samaniego e Iriarte son magníficos continuadores.

OTROS POETAS

Nos interesa aquí ocuparnos de otras firmas poéticas que escriben pasado el medio siglo, puesto que la producción poética anterior a esta fecha es sobre todo continuidad de la del barroco, si no en las formas sí en los contenidos mitológicos y sensuales. La única reseña realmente importante es la de Ignacio de Luzán (1702-1754), autor de una Poética (1737), cuyas normas influirían notablemente en los literatos del siglo dieciocho, tanto en poesía como en teatro.

Son dos tertulias las que nos apuntan los nombres de conocidos e importantes poetas dieciochescos, todos ellos ilustrados, y que escriben y desarrollan su obra vencida la mitad del siglo. Es el caso de los escritores de la tertulia madrileña de la Fonda de San Sebastián y los conocidos como Grupo de Salamanca.

  • Entre los primeros destacan, ante todo, dos: Nicolás Fernández de Moratín –padre de Leandro, el dramaturgo- y José Cadalso, ya tratado anteriormente por su obra en prosa. Tanto el uno como el otro, y exactamente igual que los poetas más importantes de la época, cultivan con gusto la poesía anacreóntica en todas sus variantes mitológicas y sensuales.
  • Dentro del grupo salmantino vuelve a aparecer Cadalso –omnipresente pese a la cortedad de su vida- y Meléndez Valdés. Como tantos poetas de la Ilustración recorren el mismo camino anacreóntico para acabar rindiendo tributo a una poesía más llana y a veces casi prosificada con el fin de adaptarse al propósito reformador e ilustrado de lo que se ha dado en llamar poesía neoclásica. Esta poesía, también conocida como ilustrada, se vincula con frecuencia a discursos en Sociedades de amigos del país, Academias, premios literarios, etc.

En este paso de la poesía anacreóntica a la ilustrada –que no fue tal, porque la primera siguió cultivándose en las primeras décadas del siglo XIX- tuvo una importancia enorme el influjo de la gran figura ilustrada de la época: Jovellanos. Presente bien físicamente o por amistad en ambas tertulias o grupos literarios, el mejor prosista del siglo fue también poeta de primer orden, y suya es la sugerencia hecha –en forma de Epístola-en el tercer cuarto de la centuria sugiriendo a los salmantinos la transición hacia una poesía más acorde con las nuevas inquietudes sociales, más pedagógica y de contenido didáctico. Y sin embargo ello no fue excusa para que él mismo, en su Epístola del Paular, anteceda otros nuevos tiempos para una poesía más íntima, personal y con un tratamiento de la Naturaleza cercano al de la una nueva sensibilidad, la romántica. Es en estas Epístolas donde se encuentra el mejor poeta que fue Jovellanos, hombre universal, de gran cultura y talento, y que siempre fue un referente para los intelectuales del setecientos.

2 Comments

  • Fernando Carratalá Teruel

    Me parece un trabajo escolar muy didáctico, pero requeriría como complemeneto algún texto comentado del autor de referencia que pusiera de manifiesto su credo estético. Pongamosa por caso la anacreóntica en Jos´ñe Cadalso. Sería algo como esto, que no busca la erudiciòn sino la claridad expositiva.

    LA ALEGRÍA Y EL HEDONISMO DE LAS ANACREÓNTICAS
    DE JOSÉ CADALSO

    El espíritu crítico de Cadalso.

    José Cadalso (1741-1782) -que utilizó el pseudónimo de Dalmiro- se incorpora a nuestra historia literaria con títulos como Los eruditos a la violeta (1772), Noches lúgubres (1793) y Cartas Marruecas (1798). Los eruditos a la violeta se hizo muy popular en la época [1]; y es una sátira contra un cierto tipo de educación entonces frecuente: la erudición basada en la superficialidad. El contenido y estructura de la obra quedan claramente reflejados en el subtítulo: “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco”. El título alude a uno de los perfumes, el de la violeta, que se puso de moda por jóvenes que se las daban de cultos.
    Noches lúgubres es una obra de ambientación prerromántica, y puede tener un trasfondo si no de carácter autobiográfico, al menos sí directamente influido por la tragedia relacionada con sus amoríos. En la obra, Tediato intenta desenterrar a su amada con ayuda del sepulturero Lorenzo, si bien la intervención del Juez lo impide. En la vida real, Cadalso se enamoró de la actriz María Ignacia Ibáñez, que representó al personaje de doña Ana en su tragedia Don Sancho García conde de Castilla, estrenada privadamente en el palacio del conde de Aranda en enero de 1771. El escritor vivió una intensa pasión amorosa con la Filis de sus versos, desde 1770 a abril de 1771, cuando unas fiebres tifoideas acabaron con su vida, a los 25 años de edad. Enloquecido por el dolor, parece ser que quiso desenterrarla, cosa que no ocurrió gracias al conde Aranda, que lo desterró de Madrid. [2]
    Pero es, sin duda, las Cartas Marruecas la obra cumbre de Cadalso, en la que señala algunos de los males de la España de su tiempo empleando para ello una supuesta correspondencia entre dos marroquíes: Gazel, que se encontraba de viaje por nuestra patria, y su maestro y consejero Ben-Beley. Es de admirar la sujeción a los criterios del Neoclasicismo de la prosa con que están escritas estas cartas; el sentido crítico que en ellas exhibe Cadalso desde postulados racionales; así como la claridad del
    lenguaje exhibida, depurado de cultismos barrocos, galicismos importados de Francia y vulgarismos. [3]

    __________
    [1] Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: José Cadalso.
    http://www.cervantesvirtual.com/portales/jose_cadalso/
    Cadalso, José: Los eruditos a la violeta.
    http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/los-eruditos-a-la-violeta–3/html/ff14bdd2-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
    [El vocablo “erudito” está usado con sentido irónico, ya que “erudito a la violeta” se dice de la persona que solo tiene una tintura superficial de ciencias y artes].

    [2] Cadalso, José: Noches lúgubres.
    http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/noches-lugubres–0/html/
    [En palabras de Cadalso -que le dedica a Filis varios poemas en Ocios de mi juventud, algunos verdaderamente desgarradores, originados por su repentina e inesperada muerte-, fue “la mujer de mayor talento que yo he conocido y que tuvo la extravagancia de enamorarse de mí, cuando yo me hallaba desnudo, pobre y desdichado”. Cadalso moría once años después, en el sitio de Gibraltar)].
    Carnero, Guillermo: “Biografía de José Cadalso”. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
    http://www.cervantesvirtual.com/portales/jose_cadalso/autor_biografia/

    [3] Cadalso, José: Cartas Marruecas. Madrid, Editorial Castalia, 1996. Colección Castalia Didáctica, núm. 7. Manuel Camarero, editor literario.
    http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/cartas-marruecas–0/html/

    Recordemos, como simple ejemplo, la carta 66 que Gazel escribe a Ben Beley, en la que aparecen un interpretación positiva de El Quijote y un comentario humorístico sobre la manera de escribir de los europeos de la época de Cadalso.
    Carta de Gazel a Ben-Beley.
    “En esta nación hay un libro muy aplaudido por todas las demás. Lo he leído, y me ha gustado, sin duda; pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente. Lo que se lee es una serie de extravagancias de un loco, que cree que hay gigantes, encantadores, etc., algunas sentencias en boca de un necio, y muchas escenas de la vida bien criticadas; pero lo que hay debajo de esta apariencia es, en mi concepto, un conjunto de materias profundas e importantes.
    Creo que el carácter de algunos escritores europeos (hablo de los clásicos de cada nación) es el siguiente: los españoles escriben la mitad de lo que imaginan; los franceses, más de lo que piensan, por la calidad de su estilo; los alemanes lo dicen todo, pero de manera que la mitad no se les entiende; los ingleses escriben para sí solos”. (Cadalso, José: Cartas marruecas. Madrid, Editorial Castalia, 1996. Colección Castalia Didáctica, núm. 7. Manuel Camarero, editor literario.
    Cadalso, poeta anacreóntico.

    Con Ocios de mi juventud [4], Cadalso revitaliza la anacreóntica, que estaba en decadencia prácticamente desde hacía casi siglo y medio. La annacreóntica es una composición lírica -a imitación de las ideadas por el poeta jónico Anacreonte de Teos- de versificación fácil y ligera, que trata, con cierta ingenuidad e inocencia, temas frívolos y festivos, atendiendo solo al aspecto risueño de la vida en su lozana juventud, y ajena, por tanto a pensamientos rebuscados y sentenciosos [5].
    Y de esta obra seleccionamos parta su comentario la anacreóntica “Al pintor que me ha de retratar”.

    Al pintor que me ha de retratar

    Discípulo de Apeles,
    si tu pincel hermoso
    empleas por capricho
    en este feo rostro,
    no me pongas ceñudo,
    con iracundos ojos,
    en la diestra el estoque
    de Toledo famoso,
    y en la siniestra el freno
    de algún bélico monstruo,
    ardiente como el rayo,
    ligero como el soplo;
    ni en el pecho la insignia
    que en los siglos gloriosos
    alentaba a los nuestros,
    aterraba a los moros;
    ni cubras este cuerpo
    con militar adorno,
    metal de nuestras Indias,
    color azul y rojo;
    ni tampoco me pongas,
    con vanidad de docto,
    entre libros y planos,
    entre mapas y globos.
    Reserva esta pintura
    para los nobles locos,
    que honores solicitan
    en los siglos remotos;
    a mí, que sólo aspiro
    a vivir con reposo
    de nuestra frágil vida
    estos instantes cortos
    la quietud de mi pecho
    representa en mi rostro,
    la alegría en la frente,
    en mis labios el gozo.
    Cíñeme la cabeza
    con tomillo oloroso,
    con amoroso mirto,
    con pámpano beodo;
    el cabello esparcido,
    cubriéndome los hombros,
    y descubierto al aire
    el pecho bondadoso;
    en esta diestra un vaso
    muy grande, y lleno todo
    de jerezano néctar
    o de manchego mosto;
    en la siniestra un tirso,
    que es bacanal adorno
    y en postura de baile
    el cuerpo chico y gordo,
    o bien junto a mi Filis,
    con semblante amoroso,
    y en cadenas floridas
    prisionero dichoso.
    Retrátame, te pido,
    de este sencillo modo,
    y no de otra manera,
    si tu pincel hermoso
    empleas, por capricho,
    en este feo rostro. [6]

    __________
    [4] Cadalso, José: Ocios de mi juventud. Poesías líricas en continuación de Los eruditos a la violeta.
    Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
    http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ocios-de-mi-juventud-o-poesias-liricas-en-continuacion-de-los-eruditos-a-la-violeta–0/html/ff23f824-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html
    http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ocios-de-mi-juventud-o-poesias-liricas-en-continuacion-de-los-eruditos-a-la-violeta–0/html/ff23f824-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html

    [5] Un ejemplo muy logrado de la poesía anacreóntica de Cadalso es el poema titulado “Sáficos adónicos a Venus”.
    http://www.poesi.as/jc062.htm

    [6] Poesía española del siglo XVIII. Madrid, Ediciones Cátedra, 1988, págs. 142-144. Rogelio Reyes, editor literario.

    __________
    Apoyo léxico y referencias culturales. Apeles. De este pintor griego (352-308 a.C.) no se ha conservado obra alguna, aunque existen suficientes referencias literarias que dan cuenta de su producción y técnica pictórica. La descripción que hace Luciano de Samósata de su obra alegórica más conocida -“La calumnia“- inspiró a pintores como Sandro Botticelli y Alberto Durero. Apeles fue el pintor elegido por Alejandro Magno -que solía visitar su taller mientras pintaba- para perpetuar su imagen. Ceñudo. Que tiene ceño [espacio entre las cejas] o sobrecejo [parte de la frente inmediata a las cejas], y especialmente que lo arruga. Iracundo. Propenso a la ira [sentimiento de indignación que causa enojo]. [Mano] diestra y siniestra. Mano derecha y mano izquierda. (La voz “siniestra”, que también significa, según el contexto, “aviesa y malintencionada”, “infeliz, funeststa o aciaga”, fue reemplazada en castellano por la voz de procedencia vasca “izquierda“ -“ezkerra”-). “El estoque / de Toldo famoso”. La época de apogeo de las espadas toledanas se extiende desde el último tercio del siglo XV hasta finales del XVI (reinados de los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II), época en la que los tercios españoles dominaban la mayor parte de Europa y gran parte de América. “ni en el pecho la insignia / que en los siglos gloriosos / alentaba a los nuestros, / aterraba a los moros”. Cadalso fue nombrado Caballero de la Orden de Santiago, y de ahí la referencia a la “insignia”, es decir, a la Cruz de Santiago, que es el emblema de la Orden. Su origen se remonta al siglo XII, y surge en el Reino de León, inicialmente para proteger a los peregrinos del Camino de Santiago, y también para expulsar a los moros de la Península Ibérica; y de ahí su carácter religioso y militar. “ni cubras este cuerpo / con militar adorno, / metal de nuestras Indias, / color azul y rojo”. Cadalso fue militar -además de literato-, y murió prematuramente en combate cuando solo tenía 41 años de edad. Indias. Referencia a las Indias Occidentales, nombre que se dio al continente americano. Docto. Que a fuerza de estudios ha adquirido más conocimientos que los comunes u ordinarios. Globo (terráqueo). Esfera en cuya superficie se representa la disposición que las tierras y mares tienen en el planeta Tierra. Beodo. Embriagado o borracho. (Como adjetivo, califica a “pámpano” [sarmiento verde, tierno y delgado, o pimpollo de la vid]). “de jerezano néctar / o de manchego mosto”. Alusión a los vinos de Jerez y al arrope de La Mancha. La combinación sintagmática “néctar jerezano”, ha sido empleada en sus versos por José de Espronceda (en El estudiante de Salamanca), por Gaspar Núñez de Arce (que escribió un poema al jerez Abolengo en 1899), por Juan Valera (en “La ilusión de la copa” y “A vuela pluma”), etc. Y en cuanto al arrope manchego, tan característico de Ciudad Real, es mosto cocido hasta que toma la consistencia de jarabe, y en el que suelen echarse trozos de calabaza u otra fruta. Tirso. Vara adornada con hojas de hiedra y parra y rematada con una piña en la punta, que solía llevar como cetro la figura de Baco y se usaba en las fiestas dedicadas a este dios. De ahí que el poeta hable de “bacanal adorno” (verso 50), pues las bacanales eran las fiestas que se celebraban en honor del dios Baco, y ello justifica la acepción de “orgía con mucho desorden y tumulto”. Filis. Nombre con el que el poeta re refiere a la actriz María Ignacia Ibáñez.

    El título de la anacreóntica de Cadalso -“Al pintor que me ha de retratar”- ya da una idea de la trivialidad del asunto que se desarrolla -y que, en alguna forma, incluye un cierto componente hedonista, cuando no narcisista, entendido como la excesiva complacencia en la consideración de las propias facultades u obras -, y que le sirve al poeta para tratar una semblanza de sí mismo y construir un auténtico retrato literario. Y puesto que el poema es una anacreóntica, no faltan alusiones a los placeres sensuales y sibaritas, a la alegría del vivir (“representa en mi rostro, / la alegría en la frente, / en mis labios el gozo.” -versos 34/36-), al buen vino (“cíñeme la cabeza / con tomillo oloroso, / con amoroso mirto, / con pámpano beodo” -versos 37/40-; “en esta diestra un vaso / muy grande y lleno todo / de jerezano néctar / o de manchego mosto;” -versos 45/48-) y, por supuesto, al amor (“en la siniestra un tirso, / que es bacanal adorno / y en postura de baile / el cuerpo chico y gordo, / o bien juntos a mi Filis, / con semblante amoroso, / y en cadenas floridas / prisionero dichoso.” -versos 53/56-).
    Cadalso describe en este poema, dirigido al pintor que ha inmortalizar su figura -y, estructurado, por tanto, en forma de apóstrofe lírico- cómo quiere que se le pinte (versos 29 a 62) y, asimismo, cómo no quiere ser pintado (versos 1-28); y este retrato alcanza tanto a su aspecto físico y a su atavío, como a algunos rasgos psicológicos de su personalidad. Y, en un acto de vanidad suprema, no busca un pintor cualquiera para plasmar su retrato, sino todo un discípulo de Apeles, el mismo que se permitía dar consejos sobre pintura al propio Alejandro Magno, y cuya influencia se ha dejado sentir en artistas del renacimiento italiano (Botticelli) y alemán (Durero), gracias a textos literarios que hablan de sus cuadros y de sus habilidades plásticas. El retrato que de Cadalso conservamos fue pintado en 1855 por Pablo de Castas Romero, y se conserva en el Museo Municipal de Cádiz; y no puede decirse de él que el pintor se dejara aconsejar por las “sugerencias” del retratado.
    Cadalso no quiere que se le retrate con el rostro afeado, con excesivo entrecejo y con ojos de persona irascible (versos 4-6); tampoco quiere portar armas (versos 7-8), ni aparecer como vencedor de enemigos fabulosos (versos 9-12), ni con uniforme militar en cuyo pecho luzca la Cruz de Santiago (versos 13-16), o con armadura propia de conquistadores indianos (versos 17-20). En todos estos versos (7-20) hay una referencia expresa a su condición de militar. Y, asimismo, rechaza ser pintado como un erudito rodeado de objetos que aludan a sus múltiples saberes (versos 21-24), pese a ser hombre cosmopolita y de gran cultura.Precisamente en los versos 25-28 hay una alusión directa a esa erudición tan superficial que caracterizaba a muchos nobles de la época, contra los que escribió la obra satírica Los eruditos a la violeta” -título que hace referencia al perfume con olor a violeta puesto de moda por los jóvenes poco cultos-, y cuyo subtítulo es suficientemente esclarecedor: “Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco”, obra que alcanzó enorme popularidad.
    Y a partir del verso 29, Cadalso describe las líneas maestras de lo que entiende que debe reflejar su retrato: la quietud en el rostro, producto de la serenidad anímica, y que ha de traducir, a su vez, en frente y labios, la alegría y el gozo de una vida que se siente tan frágil como efímera, y que hay que saber disfrutar (versos 29-36); la cabeza ataviada con corona hecha de tomillo (símbolo, en la antigua Grecia, de fuerza, energía y frenesí), mirto (símbolo en la antigüedad del amor y de la belleza -con coronas de mirto se honraba a los campeones olímpicos-), y pámpano (símbolo de la alegría y el placer de vivir, representado en la mitología griega por Dionisos, y por Baco en la romana) (versos 37-40); larga cabellera, que cubre hasta los hombros y deja al descubierto un corazón benevolente (versos 41-44); en la mano derecha, un gran vaso con vino de Jerez o con arrope de La Mancha (versos 45-48) y, en la izquierda, el centro propio del dios Baco (versos 49-50); dispuesto para el baile, pese a su figura poco agraciada -“el cuerpo chico y gordo”- (versos 51-52). Y como no puede faltar la alusión directa a Filis -a la actriz María Ignacia Ibáñez-, a la que el poeta se siente encadenado por un amor apasionado, de ahí que desee que se le pinte “con semblante amoroso”, pues de ella se declara “prisionero dichoso” (versos 53-56). Y en los últimos versos, y a modo de colofón, el poeta le pide al desconocido pintor que, en el caso de que decida afrontar su retrato, lo haga del “sencillo modo” en que se ha descrito a sí mismo, y aun consciente de la fealdad de su rostro (versos 57-62). Lo cierto es que, 73 años después de su muerte, fue el pintor Pablo de Castas Romero el que -en 1855- retrataría finalmente a Cadalso, en forma muy distinta a la que el poeta pretendió, y este retrato acompaña frecuentemente como ilustración a la edición de sus obras. Y aunque Pablo de Castas no sea precisamente un Apeles, quizá hiciera falta un poeta que, a partir del cuadro en cuestión, creara un poema; por ejemplo, como hizo Manuel Machado con uno de los retratos de Felipe IV pintado por Velázquez; o con el retrato del Caballero de la mano en el pecho, pintado por El Greco…
    La anacreóntica está compuesta por 62 heptasílabos, con rima asonante en los pares /ó-o/, y un marcado ritmo cuaternario que los signos de puntuación -especialmente el punto y coma- se encargan de delimitar. El ritmo se logra también por procedimientos mortosintácticos, a base de se reiteraciones paralelísticas. Y así, los veros 2-4 se repiten, idénticos, al final del poema (versos 60-62): “si tu pincel hermoso / empleas, por capricho, / en este feo rostro.”; unos paralelismos que son frecuentes a lo largo de toda la composición: “ardiente como el rayo, / ligero como el soplo” (versos 11-12), “alentaba a los nuestros, / aterraba a los moros” (versos 15-16), “entre libros y planos, / entre mapas y globos” (versos 23-24), “de jerezano néctar / o de manchego mosto” (versos 47-48); y en otras ocasiones el paralelismo está invertido, con un leve hipérbola que podría justificarse por imposición de la rima: “la alegría en la frente, / en mis labios el gozo” (versos 35-36), “con tomillo oloroso, / con amoroso mirto, / con pámpano beodo” (versos 38-40).
    En cuanto a la adjetivación, peca de “prosaica” y trivial: “pincel hermoso”/“feo rostro” (versos 2/60 y 4/62, en clara antítesis), “ceñudo” (verso 5), “iracundos ojos” (verso 6), “el estoque / famoso de Toledo” (versos 7-8, una vez deshecho del hipérbaton), “bélico monstruo” (verso 10), “siglos gloriosos” (verso 14), “militar adorno” (verso 18), “color azul y rojo” (verso 20), nobles locos (verso 26), “siglos remotos” (verso 28), “frágil vida (verso 31), “instantes cortos” (verso 32), “tomillo oloroso, / amoroso mirto, / pámpano beodo” (versos 38-40, que encadenan quiasmos), “el cabello esparcido,… / y descubierto al aire” (versos 41 y 43, en los que los participios tienen valor adjetivo), “pecho bondadoso” (verso 44, que contiene la sinécdoque “pecho/corazón”), “vaso / muy grande” (versos 45-46), “de jerezano néctar / o de manchego mosto” (versos 47-funestas que los adjetivos no son calificativos, sino determinativos de carácter gentilicio), “errara adorno” (verso 50), “el cuerpo chico y gordo” (verso 52), “semblante amoroso” (verso 54, en el que repite el adjetivo “amoroso” que ya se aplicó a “mirto”, en el verso 39), “cadenas floridas” (verso 55), “prisionero dichoso” (verso 56), “sencillo modo” (verso 58). Y en dos ocasiones, los adjetivos al inicio de verso sirven de base a sendas comparaciones (versos 11-12: “ardiente como el rayo, / ligero como el viento”). Pero sea como fuere, la posición pospuesta al nombre de muchos de estos adjetivos responde a la necesidad de mantener la asonancia /ó-o/ en los versos pares. Y si no son del todo el poéticos estos adjetivos, menos originales -y bastante cursis- son aquellos otros que figuran en los versos en los que el poeta expresa su amor por Filis: “con semblante amoroso, / y en cadenas floridas / prisionero dichoso” (versos 54-56).
    Y puesto que el poema está estructurado como apóstrofe lírico, hay marcas lingüísticas propias de la función conativa del lenguaje: el vocativo inicial (verso 1: “discípulo de Apeles”) y diferentes verbos en presente de imperativo morfológico -con o sin pronombre personal átono de primera persona en posición enclítica- (“reserva” -verso 25-, “representa” -verso 34-, “cíñeme” -verso 37-, “retrátame” -verso 57-; o bien en presente de subjuntivo que, en su forma negativa, equivale al imperativo (“no me pongas -verso 5-, “ni cubras” -verso 17-, “ni tampoco me pongas” -verso 21-); e incluso en presente de indicativo con valor de mandato (“te pido” -verso 57). En estos últimos casos, el pronombre personal átono, de haberlo, figura en posición proclítica, separado de la forma verbal.
    Y si algo queda claro, tras la lectura del poema, es el concepto que de su aspecto físico tiene el propio Cadalso: “feo rostro” (versos 4/62) y “el cuerpo chico y gordo“ (verso 52). Y tal vez así lo interpretara el pintor Pablo de Castas, aunque no fuera discípulo de Apeles…

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