Te esperaré apoyada de Ernestina de Champourcín

Te esperaré apoyada de Ernestina de Champourcín.

En este poema de Ernestina de Champourcín, perteneciente a La voz en el viento (1931), la voz poética se sitúa en un espacio cósmico y simbólico donde la espera amorosa adquiere dimensiones místicas y sensuales a la vez. Desde el primer verso, «Te esperaré apoyada en la curva del cielo», se establece un escenario que trasciende lo terrenal: la poeta no aguarda en un lugar común, sino en el confín del universo, rodeada de estrellas que actúan como testigos cómplices de ese encuentro anhelado. La espera no es pasiva ni resignada, sino activa y luminosa, cargada de una intensidad que recorre todo el poema en oleadas de imágenes ardientes y reveladoras.

La desnudez aparece como símbolo de entrega absoluta y de despojo de todo artificio. Las «seis túnicas de luz» que resbalan ante el amado deshojan «el ámbar moreno de mis hombros», en una imagen que combina sensualidad y espiritualidad con una audacia notable para la época. Este gesto de desnudarse no es solo físico, sino también emocional y existencial: la poeta se muestra tal como es, vulnerable y poderosa al mismo tiempo. La referencia al «látigo de niebla» que azota los párpados de quienes intenten mirarla sin ser el amado añade un matiz de exclusividad y protección: solo él tiene acceso a su intimidad profunda, solo sus pupilas pueden «ceñir» la sien alucinada y las manos que ofrecen su cáliz «a todo lo inasible». Esta imagen del cáliz evoca tanto la tradición mística cristiana —con resonancias de San Juan de la Cruz— como una modernidad que la Generación del 27 supo cultivar con maestría.

La repetición estructural del «Te esperaré» —primero «apoyada», luego «desnuda» y finalmente «encendida»— marca un crescendo emocional que culmina en la invitación imperativa: «¡Ven a fundirte en mí!». Esta fusión no es solo amorosa, sino también creadora: el agua de los besos ungirá al amado y revelará «tu verdadero nombre», en un acto que recuerda tanto el bautismo como el descubrimiento de la identidad más profunda. La poeta se presenta como antorcha que despeja «la noche de tus labios» y liberta la «esencia creadora» del otro, asumiendo un papel activo y transformador que la aleja de los estereotipos pasivos asociados tradicionalmente a la voz femenina en la poesía amorosa.

El lenguaje de Champourcín es rico en símbolos lumínicos —estrellas, antorcha, luz— que contrastan con la niebla y la noche, creando un universo de claroscuros donde el amor es fuerza reveladora y redentora. El tono es visionario y apasionado, con ecos de la poesía mística pero también de la vanguardia, en la fusión de lo espiritual y lo corporal, de lo cósmico y lo íntimo. Este poema ejemplifica la capacidad de la autora para conjugar tradición y modernidad, fervor y sensualidad, en una voz que reclama con firmeza el derecho a expresar el deseo femenino sin cortapisas ni disimulos.