Toro de Miguel Hernández

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By Víctor Villoria

Toro de Miguel Hernández

En 1933, Miguel Hernández publicó Perito en lunas, un volumen que la crítica literaria ha reconocido como una demostración virtuosista de ambición formal y rigor poético. El poema titulado «Toro» forma parte de este primer libro del poeta oriolano, y en él se concentra una singular celebración del animal de lidia que será recurrente a lo largo de toda su obra. La octava que aquí se presenta constituye un acertijo poético al modo de los que definieron esta etapa neogongorina del autor: el toro emerge no simplemente como criatura de la plaza, sino como símbolo cargado de potencia cósmica, bravura y tragedia.

El tono general del poema es épico y exultante. La voz poética se dirige con entusiasmo apasionado hacia los toreros, invitándolos a alcanzar la gloria en la lid. Lo que distingue este tono es la ausencia de ironía: no hay escepticismo ni distancia crítica en el llamado repetido de «¡A la gloria!». Por el contrario, hay una convicción genuina sobre la grandeza del encuentro taurino, presentado como una batalla donde el orgullo y la nobleza se ponen de manifiesto. Hernández no reduce la tauromaquia a un mero espectáculo, sino que la eleva a la categoría de acto mítico donde confluyen el destino, el honor y la transcendencia.

La estructura formal del poema merece una atención especial: se trata de una octava real, la estrofa de ocho versos endecasílabos que alcanzó su máxima gloria en manos de los poetas del Renacimiento italiano. El esquema de rimas es ABABABCC, es decir, tres rimas alternadas en los primeros seis versos seguidas de un pareado final que cierra la idea con rotundidad. Esta forma no es casual en la obra de Miguel Hernández: toda la colección Perito en lunas está compuesta por cuarenta y dos octavas, lo que revela un diálogo deliberado con la Generación del 27 en su vertiente neogongorina, un movimiento que recuperaba la sofisticación formal y la densidad imaginativa del poeta barroco Luis de Góngora.

Desde el primer verso, el poema establece una clave de lectura fundamental: la identificación del toro con valores supremos de gloria y transcendencia. El verso inicial «¡A la gloria, a la gloria toreadores!» introduce la anáfora, repetición de palabras al comienzo de las frases, que genera un efecto de proclamación ritual. Esta anáfora se refuerza en el verso quinto, creando una estructura de eco que atraviesa la octava y enfatiza la obsesión poética con el concepto de gloria. El «paralelismo» sintáctico entre los versos primero y quinto («¡A la gloria… / Por el arco, contra los picadores…») refuerza la idea de que la gloria no es un destino remoto sino una batalla presente, inmediata, que se libra en la arena.

El toro, en la versión hernandiana, no es meramente un animal, sino un ente cargado de simbolismo multivalente. En primera instancia, representa la bravura primitiva, la potencia ciega de la naturaleza que se rebela contra la domesticación. Los «Émulos imprudentes del lagarto» del tercer verso constituyen una imagen que mezcla lo cómico con lo grotesco: los toreros, en su pretensión de gloria, son comparados a reptiles ambiciosos que intentan magnificar sus lomos con colores imposibles. Sin embargo, inmediatamente después, en el verso quinto, el toro irrumpe en su verdadera naturaleza: «Por el arco, contra los picadores, / del cuerno, flecha, a dispararme parto». Aquí el animal es sujeto activo de la acción, no víctima pasiva. Es el toro quien dispara, quien actúa, quien se emancipa momentáneamente de la lógica de la plaza.

El verso séptimo introduce una imagen de gran complejidad: «¡A la gloria, si yo antes no os ancoro, / -golfo de arena-, en mis bigotes de oro!». El tono aquí cambia radicalmente. La voz que hablaba es ahora identificable con el toro mismo, que de pronto reclama su lugar en la jerarquía de la gloria. El «golfo de arena» simboliza la inmensidad amenazante de la plaza, un espacio sin límites donde el poder se vuelve relativo. Los «bigotes de oro» del toro son una metáfora de su dignidad inamovible, de esa nobleza que resiste incluso en el seno de la derrota. La imagen es simultáneamente bella y melancólica: hay en ella una conciencia de la vulnerabilidad frente a un destino ya escrito.

¡A la gloria, a la gloria toreadores!
La hora es de mi luna menos cuarto.
Émulos imprudentes del lagarto,
magnificaos el lomo de colores.
Por el arco, contra los picadores,
del cuerno, flecha, a dispararme parto.
¡A la gloria, si yo antes no os ancoro,
-golfo de arena-, en mis bigotes de oro!

Miguel Hernández, Perito en lunas, 1933

Autor

  • Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.

    Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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