Muerte a lo lejos de Jorge Guillén

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By Víctor Villoria

Muerte a lo lejos de Jorge Guillén

«Muerte a lo lejos» es uno de los sonetos más emblemáticos de Jorge Guillén, incluido en Cántico, la obra cumbre del poeta vallisoletano que fue gestándose y enriqueciéndose a lo largo de varias décadas hasta alcanzar su versión definitiva en 1950. Este libro, cuyo título alude a un canto de alabanza a la existencia, constituye una de las expresiones más puras y optimistas de la poesía española del siglo XX, situándose en las antípodas de la tradición barroca de Francisco de Quevedo, obsesionada por la fugacidad del tiempo y la inevitabilidad de la corrupción. Frente a aquella visión desengañada, Guillén propone una afirmación radical de la vida que no niega la muerte, pero la coloca «a lo lejos», como presencia reconocida mas no dominante. El poema se abre con un epígrafe del poeta francés Paul Valéry —»Je soutenais l’éclat de la mort toute pure» («Sostenía el esplendor de la muerte completamente pura»)— que establece un puente con la tradición europea de la poesía pura y anuncia una contemplación intelectual, casi estética, de la muerte despojada de dramatismo sentimental.

El soneto arranca con una confesión que resulta fundamental para comprender todo el poema: «Alguna vez me angustia una certeza». La expresión «alguna vez» es decisiva, pues indica que la angustia ante la muerte no es constante ni obsesiva, sino ocasional, esporádica. Esta matización distingue radicalmente a Guillén de aquellos poetas para quienes la conciencia de la muerte tiñe cada instante de la existencia. La «certeza» que angustia es, naturalmente, la certeza de la propia finitud, y en los versos siguientes esta certeza se materializa en una imagen espacial de extraordinaria plasticidad: «ante mí se estremece mi futuro. / Acechándolo está de pronto un muro / del arrabal final en que tropieza / la luz del campo». El muro del arrabal final representa el límite último de la vida, situado en las afueras, en los márgenes donde la claridad vital —esa «luz del campo» que simboliza la vida plena y luminosa— encuentra su frontera. El verbo «tropieza» resulta especialmente significativo: la vida no se extingue gradualmente, sino que se topa, casi por sorpresa, con ese obstáculo definitivo que es la muerte.

Sin embargo, inmediatamente después de plantear esta visión inquietante, el poema da un giro decisivo mediante una pregunta retórica que introduce la luz solar como elemento transformador: «¿Mas habrá tristeza / si la desnuda el sol?». La pregunta sugiere que incluso esa realidad final, despojada y expuesta a la luz clara de la conciencia, puede carecer de tristeza. Y la respuesta es rotunda: «No, no hay apuro / todavía». Estos versos constituyen el núcleo filosófico del poema, estableciendo una jerarquía existencial clara: la muerte existe, es cierta, pero no es urgente. Lo verdaderamente urgente pertenece al ámbito de la vida presente, y Guillén lo expresa mediante una imagen de perfecta sensorialidad: «Lo urgente es el maduro / fruto. La mano ya lo descorteza». El fruto maduro que la mano está pelando representa la plenitud del momento presente, la vida en su punto óptimo de maduración, lista para ser disfrutada. No se trata de un fruto verde ni pasado, sino precisamente maduro, en su momento justo. Y la acción de descortezarlo —quitarle la piel para acceder a su pulpa— sugiere la necesidad de gozar activamente de la vida, de no dejar pasar la ocasión. Esta imagen condensa el vitalismo característico de Guillén: la vida exige atención al presente, al aquí y ahora, sin que la conciencia de la muerte paralice o envenene ese disfrute.

Los tercetos finales del soneto introducen una reflexión sobre el momento último, pero lo hacen con una serenidad estoica que resulta admirable. Los puntos suspensivos que abren el primer terceto marcan una pausa temporal, un salto hacia adelante: «…Y un día entre los días el más triste / será». Ese día llegará inevitablemente, será «el más triste», pero su llegada se contempla con una aceptación madura, sin aspavientos ni desesperación. La actitud ante ese momento se describe en términos de renuncia serena: «Tenderse deberá la mano / sin afán». La misma mano que antes pelaba el fruto maduro con dedicación y entrega deberá ahora extenderse «sin afán», es decir, sin deseo, sin anhelo, aceptando que ha llegado el momento de soltar. El término «acatando» refuerza esta idea de aceptación consciente y voluntaria del «inminente poder», eufemismo elegante para referirse a la muerte. Y es entonces cuando el poeta formula su declaración final, dirigiéndose directamente a la muerte con una mezcla de dignidad y tranquilidad: «embiste, / justa fatalidad». El verbo «embiste» —usado para el ataque del toro o de un ejército— otorga a la muerte un carácter de fuerza irresistible, pero el adjetivo «justa» la sitúa en el orden natural de las cosas, no como injusticia o crueldad, sino como parte del orden cósmico. La ausencia de lágrimas en este enfrentamiento final («diré sin lágrimas») subraya la serenidad con que se afronta lo inevitable.

El verso final encierra una distinción filosófica de gran calado: «El muro cano / va a imponerme su ley, no su accidente». El «muro cano» —blanco o gris como las canas de la vejez— retoma la imagen del muro del arrabal final mencionado al comienzo, cerrando así el círculo compositivo del soneto. Pero ahora ese muro impone «su ley, no su accidente». La distinción entre ley y accidente es fundamental: la muerte no es un accidente fortuito, azaroso, injusto, sino una ley natural, universal, necesaria. Esta concepción otorga dignidad a la muerte, la integra en el orden racional del universo. No hay en Guillén ni rebeldía metafísica ni protesta contra la condición humana: hay aceptación serena de lo que debe ser, un estoicismo moderno que recuerda a los filósofos antiguos pero expresado con la claridad conceptual y la depuración verbal características de la poesía del 27. Este soneto, inscrito en la tradición formal más clásica, vehicula así una filosofía de la vida que representa una de las respuestas más equilibradas y maduras que la poesía española ha ofrecido ante el eterno problema de la muerte. Guillén no niega la angustia, pero la subordina al gozo; no ignora la muerte, pero la mantiene «a lo lejos» mientras celebra la plenitud del instante presente, ese fruto maduro que la mano pela con cuidado y deleite, consciente de su valor y de su transitoriedad.

Je soutenais l’éclat de la mort toute pure.
VALÉRY

Alguna vez me angustia una certeza,
y ante mí se estremece mi futuro.
Acechándolo está de pronto un muro
del arrabal final en que tropieza

la luz del campo. ¿Mas habrá tristeza
si la desnuda el sol? No, no hay apuro
todavía. Lo urgente es el maduro
fruto. La mano ya lo descorteza.

…Y un día entre los días el más triste
será. Tenderse deberá la mano
sin afán. Y acatando el inminente

poder diré sin lágrimas: embiste,
justa fatalidad. El muro cano
va a imponerme su ley, no su accidente.

Jorge Guillén, Cántico, 1950

Autor

  • Hola. Soy Víctor Villoria, profesor de Literatura actualmente en la Sección Internacional Española de la Cité Scolaire International de Grenoble, en Francia. Llevo más de treinta años como profesor interesado por las nuevas tecnologías en el área de Lengua y Literatura españolas; de hecho he sido asesor en varios centros del profesorado y me he dedicado, entre otras cosas, a la formación de docentes; he trabajado durante cinco años en el área de Lengua del Proyecto Medusa de Canarias y, lo más importante he estado en el aula durante más de 25 años intentando difundir nuestra lengua y nuestra literatura a mis alumnos con la ayuda de las nuevas tecnologías.

    Ahora soy responsable de esta página en la que intento seguir difundiendo nuestra literatura. ¡Disfrútala!

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